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Luz colectiva

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luz portátil que Matteo Ferroni ha diseñado para el proyecto Foroba Yelen en Mali

En un plazo más o menos breve de tiempo, han coincidido en Barcelona dos experiencias que tienen que ver con la luz, la artificial. La primera tuvo lugar el 14 de febrero dentro del festival Luz BCN desarrollados en varios emplazamientos encadenados y relacionó el Colegio de Arquitectos, la plaza de Sant Felip Neri y el itinerario entre los dos lugares, con la gente potando luces en el trayecto. La instalación se llevó a cabo con las luces de la calle apagadas para poder experimentar las formas de luz de una manera adecuada.

Con aquella instalación todavía en la retina, esta semana el italiano Matteo Ferroni, que fue galardonado por el FAD con el premio City to City, ha sido invitado por dos universidades para explicar su trabajo en Mali, en una área de 72 comunidades rurales de unos 36.000 habitantes. Un trabajo único que pone en evidencia la necesidad de reestructurar el tratamiento de la luz en el espacio público, ya que podríamos decir que su trabajo no tiene que ver tanto con la luz como con la intención de juntar la gente.

Esta experiencia consiste en la construcción de un artefacto —algo pareciendo a una farola pública transportable— formada por una rueda de bicicleta, un bastidor hecho con cañerías de hierro, una batería y un cajetín de aluminio de fundición con 15 leds. Es especialmente remarcable el proceso de ideación. Quiero decir, en honor a la pieza, que no tiene planos, que no se ha diseñado a partir de una idea formal trasladada al papel según la imagen recurrente en los medios sobre el proceso creativo del artista, con las dosis de carácter, arrebato y gestualidad habituales. Aquí el proceso se caracteriza por un respeto absoluto hacia el medio en el cual se trabaja y la voluntad de disolverse em él a partir de su indiscutible utilidad.

El proceso incorpora varios ingredientes después de haberlos observado detenidamente, de tal manera que estos son, podríamos decir, el material del proyecto. Observaciones como por ejemplo que una parte importantísima de la actividad rural de estas comunidades tiene lugar por la noche, ruidosa en contraste con el día silencioso, donde los animales y las personas dormitan huyendo del calor. Parte asimismo de la observación que por la noche la gente se ilumina con linternas, denominadas en su lengua “taladros de la oscuridad”, como también de la estructura organizativa de estas comunidades y de la distribución que hacen de los bienes colectivos, como por ejemplo los molinos o los huertos comunitarios. Surge de observar el papel de las asociaciones de mujeres, que son las que estructuran las diferentes actividades de la comunidad, y del papel de los niños, básico en el funcionamiento y mantenimiento de las máquinas, pocas y elementales, casi preindustriales. Se basa en afinadas miradas que permiten ver que la gente se agrupa y se sienta en asientos básicos, pero no tienen mesas, la mesa es el suelo, un detalle que llevará a colocar la lámpara sobre el bastidor horizontalmente. O en el aspecto de los vehículos de transporte más comunes, las carretas con ruedas de moto tiradas por burros o impulsados por personas.

De este conjunto de observaciones surge despacio y va tomando forma una idea que mira de contener todos estos ingredientes sin dejar de lado a los artesanos que intervendrán: el mecánico de bicicletas, el cerrajero, el que funde el metal en hornos primitivos o el electricista. Pero las más interesantes son aquellas que permiten dar el sentido primero a este trabajo, denominado por las mujeres de Mali, Foroba Yelen (Luz Colectiva). De entre todas las observaciones recogidas por M. Ferroni, encuentro especialmente significativa el haberse  fijado en cómo se reúne la gente durante el día bajo la sombra de un árbol y cómo este espacio de sombra dimensiona el grupo y la actividad. Esta observación permite imaginar cómo sería el contrario, es decir, sustituir la sombra por luz y el árbol por una bombilla.

Pero el más radicalmente diferente es el concepto en que se basa todo esto: allá, en Malí, no se trata de iluminar el espacio sino la actividad. Al ver las imágenes y las filmaciones de esta iniciativa nos damos cuenta que, más que la lámpara, es la gente la que lleva la luz. Al contemplar esta iniciativa y pensar en la acción de la plaza Sant Felip Neri no podemos evitar pensar en la luz y en el espacio colectivo como una cosa que ha hecho un viaje desde nuestras ciudades hasta África, para dar lugar a una cosa tan fantástica, con el deseo que ahora haga un viaje de vuelta. A ver si así, cansados de tanto simbolismo empalagoso, recibimos la inspiración que nos hace falta.

Xavier Monteys  /  El País, 11 de marzo de 2013