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El arquitecto y el concepto de hogar [I]

[Primera parte del artículo de Juhani Pallasmaa, «Identity, Intimacy and Domicile. Notes on the Phenomenology of home» (1994), que se traducirá en varios posts]

El Homo Faber y el vacío existencial

La identidad fue el tema recurrente en el trabajo literario del escritor suizo Max Frisch quien, no por casualidad, era arquitecto de formación. En su libro Homo Faber, Frisch describe a un experto de la Unesco, un ingeniero –símbolo del hombre moderno– que viaja continuamente alrededor del mundo en sus misiones. El ingeniero es un hombre racional y realista cuya vida parece estar bajo un perfecto y racional control. Sin embargo, pierde contacto de forma gradual con su localidad y su hogar y, finalmente, con su propia identidad. Acaba por enamorarse de su propia hija –a quien no reconoce– como consecuencia trágica de su falta de hogar y raíces. Su amor indecente lleva al incesto y acaba violentamente con la muerte de la hija (1).

La grave equivocación del Homo Faber era su convicción de que el hombre puede existir sin un domicilio estable; de que la tecnología puede transformar el mundo de modo que no necesite por más tiempo ser experimentado mediante las emociones. Muchos de nosotros en el mundo consumista de hoy sufrimos de la alienación del Homo Faber. Hemos acabado siendo desarraigados en nuestra cultura de la abundancia. El desarraigo deviene sinónimo de la soledad del aislamiento y de una tensión perpetua en el presente. Teilhard de Chardin concentra sus escritos en un enigmático punto Omega, “desde el cual, el mundo puede ser visto por entero y correctamente.”(2)  La analogía terrenal más cercana a la Omega del abad Chardin es, sin duda, el hogar.

El arquitecto y el concepto de hogar

Los arquitectos nos preocupamos por diseñar viviendas en tanto que manifestaciones filosóficas de espacio, estructura y orden; pero parecemos incapaces de alcanzar los aspectos más sutiles, emocionales y difusos del hogar. En las escuelas de arquitectura nos enseñan a proyectar casas, no hogares. Y aún así, es la capacidad de la vivienda para proporcionar un domicilio en el mundo lo que importa a cada habitante. La vivienda tiene su psique y su alma, además de sus cualidades formales y cuantificables.

Los títulos de los libros de arquitectura utilizan invariablemente la noción de ‘casa’ (house): The Modern House, GA-Houses, California Houses, mientras que los libros y revistas que tratan de la decoración interior y de los famosos prefieren el concepto de ‘hogar’ (home): Celebrity Homes, Artist Homes. No hace falta decir que el arquitecto serio considera las publicaciones de este último tipo un simple entretenimiento sentimental y kitsch.

Nuestro concepto de arquitectura se basa en la idea de un objeto arquitectónico perfectamente articulado; un artefacto artístico despojado de vida. El conocido juicio entre Mies van der Rohe y su cliente, la doctora Edith Farnsworth, a propósito de la casa Farnsworth, es un ejemplo de la contradicción entre arquitectura y hogar. Como se sabe, Mies proyectó uno de las casas más relevantes y estéticamente más atractivas del siglo XX, pero a su cliente no le resultó satisfactoria como hogar y lo demandó por daños y perjuicios. El tribunal resolvió a favor de Mies. Con este ejemplo no pretendo subestimar la arquitectura de Mies, simplemente señalo la distancia entre la vida y la reducción deliberada del espectro de la vida que esta obra maestra de la arquitectura supone. Por poner un ejemplo más reciente, en una de sus primeras casas, Peter Eisenman divide la cama de matrimonio en dos mitades por el dictado de una separación de orden formal en el piso y sitúa una columna en el medio de la mesa del comedor en la planta inferior. Cuando comparamos proyectos de la primera arquitectura Moderna con los de la vanguardia actual, observamos inmediatamente una pérdida de empatía con el habitante. En lugar de verse motivada por la visión social del arquitecto o por un enfoque empático de la vida, la arquitectura se ha convertido en autoreferencial y autista.

Muchos arquitectos hemos desarrollado una doble personalidad: como diseñadores y como habitantes aplicamos valores distintos al entorno. En nuestro papel de arquitectos, aspiramos a un entorno meticulosamente articulado y temporalmente unidimensional; mientras que, como habitantes, preferimos un ambiente más complejo, ambiguo y estéticamente menos coherente. El habitante instintivo emerge de entre los valores propios del profesional.
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Notas
(1) Max Frisch, Homo Faber, Helsinki, Otava, 1961.
(2) Teilhard de Chardin, tal como se cita en: Juhana Blomstedt, Muodon arvo [El significado de la forma], Timo Valjakka, ed., Helsinki, Painatuskeskus, Kuvataideakatemia, 1995.
Créditos
Arquitectura y hogar
  • Imagen 1: La casa del arquitecto: Peter Eisenman, House IV, Cornwall, Connecticut, 1972-73.
  • Imagen 2: La casa del pintor: Edward Hopper, High Noon, 1949, Ohio, The Dayton Art Institute.
  • Imagen 3: Marcel Breuer, dormitorio del apartamento para Erwin Piscator, Berlín, 1926.
  • Imagen 4: Vincent van Gogh, La habitación, Arlés, 1888.
(traducción p.f.)