Miles de mujeres filipinas colonizan cada domingo las calles del distrito financiero de Hong Kong. Pasan su día libre reunidas dentro de recintos efímeros hechos con cajas de cartón.
A diferencia de lo que sucede en la mayoría de grandes ciudades, donde las zonas de edificios de oficinas se vacían de actividad durante los días festivos, aquí la vida urbana se intensifica los domingos. El espacio público prende todo su sentido al acentuar su carácter de estancia más que lugar de tránsito. El crecimiento económico que Hong Kong experimentó a finales de los setenta y principios de los ochenta conllevó la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y un aumento de la renta familiar. El cambio social implicó una creciente demanda de personas para el servicio doméstico. Esta situación coincidió temporalmente con la aplicación de reformas laborales en Filipinas promovidas por el gobierno de Ferdinand Marcos. Para compensar la creciente carencia de empleo en el país, el nuevo marco legislativo propiciaba la exportación de mano de obra.
Se calcula que unas 150.000 mujeres filipinas trabajan en el servicio doméstico en Hong Kong, lo que sumado a las mujeres de otras procedencias, especialmente de Indonesia, suma más de 300.000 personas. A pesar de las pésimas condiciones laborales, la región dispone de una regulación específica para estos trabajos que estipula, entre otros aspectos, que la persona contratada tendrá un espacio privado para vivir en la misma casa del contratante, además de disponer de un día entero de descanso semanal.
Al no disponer de hogar propio, el espacio de relación entre las filipinas durante el día de descanso son las calles, plazas y porches del centro de Hong Kong. Pasar un día entero de recreo en la calle implica un cierto grado de apropiación. Una adaptación similar a la que haríamos en un día de vacaciones en el campo o en la playa, pero con la peculiaridad que en este caso el marco físico es el centro de la ciudad. Es conveniente elegir un buen lugar, a poder ser cubierto y arrinconado, dispuesto junto un banco alargado o una barandilla.
Cada grupo de mujeres coloniza un rincón con cajas de cartón desplegadas. Con este material se reviste el pavimento, pero también se configuran cuatro paredes de una altura de poco más de medio metro. La altura de las paredes es la suficiente para, una vez sentadas en el interior, poder ver lo que sucede alrededor, pero mantener con cierto resguardo los alimentos y enseres que se despliegan. Se delimita un recinto de privacidad doméstica en el espacio público entre rascacielos.
La visión de una agregación de recintos, normalmente apoyados por algún elemento estructural, recuerda los restos de una ciudad antigua donde sólo perviven trazas de calles y muros. En muchos restos arqueológicos normalmente es difícil saber donde empieza una casa y termina otra. La unidad básica que podemos descifrar rápidamente es la habitación y aquellos espacios de escala superior que articulan el conjunto como calles o plazas. Aquí es revelador el contraste dimensional y material entre la ciudad hecha de rascacielos de cristal y la superposición de una ocupación dominical a base de habitaciones de cartón.
Esta invasión de domesticidad cautivó a la artista española Marisa González quien desarrolló el proyecto Filipinas en Hong Kong que incluye una serie de fotografías y el documental Ellas, filipinas. Las protagonistas pasan el domingo en sus recintos de recreo reuniéndose con las conciudadanas de su región, hablando su dialecto, compartiendo información, jugando a cartas, comiendo y descansando. Su actitud es el factor clave para la domesticación del espacio púbico.