En el paseo de la Zona Franca de Barcelona se está finalizando la construcción de una de las cuatro torres que formarán el llamado conjunto Porta Firal. Hoy por hoy el edificio, casi acabado, ya permite verlo en aquello que parece sustancial. Barcelona ha ido edificando torres desde los Juegos Olímpicos del 1992.

Al margen de la opinión que este tipo de construcciones en altura suscitan, polarizada entre partidarios y detractores, no dejan de ser una de las manifestaciones más claras de aquello que el nivel técnico del país permite, pese a que torres de 20 plantas no suponen las alturas a las cuales las noticias de otros países sobre construcciones similares nos tienen acostumbrados.
Esta es singular, está claro que todas lo son, y suelen recurrir a un planteamiento ingenioso de la estructura para otorgar carácter al edificio. La torre que nos ocupa es singular por la forma de su estructura en la base. El edificio está soportado por una estructura de hormigón armado con la forma de un tronco de pirámide, que es el que le da el aspecto más característico. Este tronco piramidal ha quedado distorsionado por la aparición de un vestíbulo de vidrio que le resta pureza. El muro cortina que envuelve la torre sencillamente asiste de forma neutra a su forma.
Los dibujos de las vallas de la obra muestran que el edificio no es tal como estaba previsto exactamente, pero quizás el resultado real es mejor. A menudo les hablo de edificios que se encuentran en construcción y que no están del todo acabados, porque permiten ver los últimos pasos y apreciar en que se sustenta su forma. La arquitectura al fin y al cabo es construcción, y por eso estas observaciones antes del final son en mi opinión importantes. La arquitectura, a pesar de que no le quiero sacar importancia, no es su aspecto. La mejor arquitectura, en mi opinión, hace que aspecto y construcción vayan ligados, al contrario hace la impresión de cierta falsedad. La construcción de esta torre es un ejemplo de cómo se pueden abordar estos edificios. En este caso el núcleo central, que contiene como casi siempre ascensores, escaleras y servicios, es el que también se convierte en su núcleo llevar.
Generalmente estos núcleos se comportan como un gran pilar central, que es el alma estructural del edificio. Soportar los forjados en su perímetro es otra cosa. Aquí se ha optado por apear toda la estructura de hormigón de la fachada en esta base troncopiramidal invertida.
Este caso recuerda poderosamente la forma de las dos torres construidas para la empresa Olivetti en Frankfurt al final de la década de los sesenta, según un proyecto de Egon Eiermann. Allí las dos torres elevaban sus núcleos varias plantas y, una vez este había tomado cierta altura, se abría para formar la torre. En el supuesto que tratamos aquí, la originalidad proviene del hecho que la base se abre desde el inicio, casi sin tronco. También, a diferencia de las torres de Frankfurt, la torre de la Porta Firal tiene un acabado superior diferente. En lo alto la forma parece una réplica de la base, y contribuye a efectos de verla como una torre acabada con una cubierta a cuatro vientos. Probablemente esta forma superior parece el más discutible, según he podido ver en algunos comentarios en blogs diversos, realizados por los habituales desinformados.
De hecho, todo el que recuerda a una cubierta a cuatro aguas actualmente es rechazado. En cambio, a mí me parece un acierto, y probablemente la forma es debida de al que hemos aprendido en materia de rascacielos, y es que la parte superior de estos edificios en altura está sometida a la fuerza del viento, de tal manera que obliga a ser diseñada según principios aerodinámicos. La torre ahora preside su entorno, mejor sola que mal acompañada, y resulta un antídoto para los rascacielos de la plaza Europa, que todavía parecen un grupo de amigos mal avenidos.
Xavier Monteys / El País, 14 de junio de 2013