Hace dos semanas les hablaba del caso del rascacielos que, en virtud de un pacto entre el gobierno municipal de Barcelona y el Partido Popular, piensan construir en el cruce entre Paseo de Gracia y la Diagonal. Una cadena hotelera quiere levantar allí un hotel de lujo previo derribo de la actual sede del Deutsche Bank, uno de los pequeños rascacielos que se construyeron entre el final de los años cincuenta y los setenta. El nuevo hotel parece no tener suficiente con la modesta altura actual y quiere levantar una torre de 98 metros de altura, siete plantes más que el actual, probablemente para ser más que los otros hoteles de la Diagonal. Dejando a un lado la cuestión del derribo, el caso es muy ilustrativo para hacer ver a algunos de nuestros colegas, estudiantes de arquitectura i público en general, donde comienza lo que denominamos proyecto de arquitectura, y que, obviamente, no empieza en la mesa de dibujo de un arquitecto. Escribo esto pensando en una de las fotografías de la exposición sobre el fotógrafo Antoni Arissa que puede verse estos días en el CCCB. La fotografía en cuestión lleva el título de Preludi d’un gratacel y en ella aparecen compases, tiralíneas, un transportador de ángulos y un tintero sobre un fondo de papel blanco. Resulta encantadora y de una ingenuidad sólo comparable a la de algunos de mis colegas. Es evidente que el preludio de un rascacielos no es eso y pensando en el nuevo rascacielos del Paseo de Gracia con la Diagonal, no necesita más explicación. De tener que buscar un motivo para una fotografía que ilustre este preludio, más bien sería una composición realizada con cuentas hechas a mano en una libreta, como aquellas que se hicieron públicas en la prensa cuando estalló el caso Bárcenas. El diseño del rascacielos ha comenzado con una operación financiera para justificar la nueva edificabilidad del solar que permitirá construir unos 4.000 metros cuadrados más. Esta edificabilidad se obtiene comprando el derecho de edificación de otros solares en distintos puntos de la ciudad, entre ellos el antiguo Taller Masriera en la calle Bailén y la de los Lluïsos de Gràcia en la plaza del Nord. Todo esto resulta muy extraño y para poner un ejemplo vulgar, es parecido a la operación que permite a algunos conductores sancionados que han perdido los puntos del carnet de conducir, comparar los de una tranquila ancianita que tiene carnet pero no conduce i así evitar la sanción.
Tal vez en un principio pareció bien que la ciudad tuviera una cifra que fijase su edificabilidad como un cómputo general, pero ahora vemos que sirve para justificar operaciones como esta que dudo mucho que equilibren nada más que una cifra abstracta. Si se ha de obtener más edificabilidad que se pague y se resuelva en el lugar en cuestión. La verdad es que no se entiende porque puestos a tener que aumentar los metros cuadrados, no compran algunos edificios vecinos i hacen que el nuevo hotel sea en realidad la suma de dos o tres edificios. ¿Es más marca corporativa si el hotel ocupa un solo edificio? Creo que ya no. Incluso creo que sería más interesante y mejor para la ciudad, si el nuevo hotel conservara el actual edifico mejorándolo y ampliara su superficie comprando edificios al otro lado de la riera de Sant Miquel y los uniera con un puente por encima de la calle. Un puente que, por ejemplo, podría ser de alquiler a 40 o 50 años si se quisiera. En la Villa Olímpica no pareció en su momento mal hacer algunos edificios–puente por encima de calles bastante importantes y, por cierto mucho más anchas que la Riera de Sant Miquel, y hoy es uno de los rasgos singulares de aquella parte de la ciudad. ¿Por qué la singularidad ha de ser sólo en altura?
La arquitectura puede aportar ideas que consideradas durante el proceso de gestación de una operación financiera como esta, tal vez nos habría ahorrado la banal idea del rascacielos. Incorporar las soluciones arquitectónicas al proceso al mismo tiempo que las ideas financieras, permite contemplar el “proyecto” de una forma completa. De otro modo la arquitectura lega al final del proceso, cuando ya no tiene remedio, y tan solo sirve para blanquear una idea vulgar de “hombres de negocios”. Lamentablemente, el gobierno municipal también parece haberlo ignorado y la oposición ha tenido un papel tibio. Pensar que Barcelona es la ciudad de la arquitectura y el diseño se vuelve en este caso una idea ridícula. La arquitectura, el proyecto de arquitectura, ha de formar parte del proyecto de negocio y permite pensar de manera sincronizada con el espíritu de la época y también con el espacio urbano. Hoy el proyecto de arquitectura interpreta de otro modo el hecho unitario y es capaz de entender, por ejemplo, que es más complejo un edifico a dos lados de la calle, en dos o tres solares, que en uno solo, y que la idea del aspecto unitario o de la identificación visual ha quedado para las comisarías de policía y las gasolineras. La época de los edificios-entidad o unidad corporativa parece haber periclitado. Los negocios y la arquitectura no han de ser cosas opuestas y ésta puede contribuir a hacer un negocio mejor y más creíble.
Xavier Monteys / El País, 13 de febrer de 2015