Una casa vacía, ¿es una casa? Podría decirse que tiene el potencial de albergar una casa, pero que todavía no lo es. Es el habitante quien hace la casa con su presencia y con los objetos que extiende sobre este territorio. Nuestra forma de ocupar, de domesticar, ese espacio es a través de la colonización sistemática que ejercemos con los muebles y demás enseres. No se puede reducir simplemente a una cuestión de uso; consiste en desplegar una determinada manera de entender la casa… de entenderse uno mismo.
El modo como ocupamos la casa mediante el mobiliario, no es en absoluto una cuestión banal. La casa es en función de esa ocupación calculada, que no es otra cosa que la manera en como nos proyectamos nosotros mismos sobre ese espacio. A raíz de esta reflexión, cabría pensar de nuevo en los muebles desde otro punto de vista: cambiarlos de sitio, ¿es una forma de cambiar de casa?
Desde luego, se trata de una reforma inocua y reversible; una buena manera de poner a prueba la capacidad de transformación de la propia casa, de conocer mejor sus límites, de comprobar hasta qué punto la casa (y con ella, nuestro modo de habitarla) es adaptable a otras condiciones. Antes de plantearse un cambio de domicilio, podríamos probar con una mudanza interior.
Se plantea un ejercicio en dos fases. La primera es, en cierto modo, un entreno: dar un nuevo orden a los muebles de una estancia de la casa, sin añadir ni quitar ninguno. Un problema nada fácil al que ha puesto imágenes Martín Rosete en un cortometraje sobre el relato de Slavomir Mrozek Revolución. Si en la ficción este proceso sirve para tener una mejor opinión sobre la situación inicial, en la práctica puede llevarnos a descubrir las posibilidades de usar las cosas de otro modo, no necesariamente el correcto.
Fotograma de Martín Rosete, Revolución, España 2002.
En este sentido, los niños son los grandes subvertidores de la casa; los que todavía no están mediatizados por ese uso ‘correcto’ y proponen maneras poco conformistas de utilizar el mobiliario. Su estatura les permite usar las mesas como casas o los taburetes como mesas; dar la vuelta literal y figuradamente a los objetos. El artista italiano Bruno Munari ejemplificó esta actitud hace unos cuantos años al agotar las posibilidades de uso de una butaca incómoda buscando la posición en la que dejase de serlo, aunque es Jacques Tati quien encuentra esa posición al invertir la silla en Mon Oncle.
Bruno Munari, búsqueda de comodidad en una butaca incómoda, ca. 1950.
La segunda fase del ejercicio implica poner realmente a prueba el potencial de la casa acometiéndola en su totalidad: una genuina mudanza interior que nos pone a prueba como rehabitantes de esa casa. Como en el ejemplo anterior, invitamos también a ser poco ‘correctos’ con esta mudanza. ¿Por qué limitar el uso de las estancias de la casa a la ‘etiqueta’ que figura en los planos? ¿Por qué no poner una mesa en el recibidor, si su tamaño lo permite? ¿o usar un dormitorio como comedor (que quizás llevaría a una reforma en la puerta de entrada)? Podemos alternar el uso de la casa según la estación del año y el asoleo de cada pieza. Podemos utilizar de manera más intensa determinados espacios que sólo nos sirven de paso. Cuando más indeterminadas sean las estancias de la casa, más posibilidades de intercambio proporcionarán; cuando más especializadas, más bien se ajustarán a un uso y ¿peor a los demás?
Podemos plantearnos cruzar usos habitualmente emparejados, si con ello desbloqueamos ciertas estancias como el ‘estar-comedor’, que puede dividirse en una sala de menor dimensión (más fácil de encajar en otra habitación de la casa) y una mesa que puede desplazarse hasta un nuevo emparejamiento con el ámbito de la cocina, a una galería o, como se ha sugerido, al mismo recibidor, ahora que tan pocas visitas indeseadas llaman a la puerta.
Eventualmente, algún mueble puede quedar fuera de juego y podemos necesitar alguno más. Sería una buena ocasión para que los días de recogida de mobiliario en desuso, que organizan semanalmente algunas ciudades como Madrid o Barcelona, fuesen los días en que esos muebles cambian de casa.
Si la arquitectura de la casa aporta un escenario neutro y estable, el mobiliario constituye el equipo que permite adaptar los espacios interiores a las necesidades físicas, sociales y emotivas de los habitantes, poniendo incluso a prueba los límites de la propia vivienda. El simple intercambio de muebles entre las piezas de una casa es un excelente ejercicio para comprobar hasta qué punto la casa se modifica sin necesidad de reformas. Cuando una compañía como Ikea se publicita con el lema ‘Redecora tu vida’, está incidiendo en esta capacidad de modificación del espacio doméstico a través del mobiliario, de modo que el habitante se transforma con ella. Así pues este episodio, aparentemente inofensivo, con poca carga arquitectónica, es tal vez el que mejor pone a prueba el rol del habitante para rehabitar su propia casa, dejando en sus manos el descubrir las posibilidades y los límites de la transformación.
Tom Hunter, Holly Street Tower Block, serie fotográfica, 1997-98.
La misma arquitectura para casas distintas. La serie retrata a los habitantes de un edificio londinense, poco antes de ser demolido, en sus propias casas. Aquí, usar la palabra ‘retrato’ no sólo hace referencia a los habitantes que posan en la sala, sino al entorno doméstico que han construido como prolongación de ellos mismos.
(El número 259 de la revista Quaderns d’Arquitectura i Urbanisme, 2009, que edita el Colegio de Arquitectos de Cataluña, desarrolla el concepto de rehabitar en el artículo de X. Monteys “Rehabitar. El arte de aprovechar las sobras”).