Artículo aparecido en la revista Arquine 68
En primer lugar, creo que ningún elemento básico de la arquitectura de los edificios, se transforme independientemente de los hábitos y deseos de los que los habitan. Elementos como los muros, los forjados, las cubiertas o los revestimientos, han ido progresivamente simplificándose, no porque los materiales sean más simples y completos, que probablemente lo sean, sino por la manera de presentarse, ensamblarse y acoplarse unos con otros. Podríamos decir, por el modo de “componer” con ellos. También esos elementos han influido en la forma general de la construcción, que parece seguir los dictados de los elementos constructivos que se emplean en ella. Todo parece reunirse para que la construcción aparezca más como un “dictado” que como una construcción, como un ejercicio de sintaxis.
Muchas veces las construcciones de esta época parecen literalmente pedagógicas y expositivas, con pocos elementos pero perfectamente reconocibles, y la mayor parte de las veces, situados en el sitio esperado. Elementos que se suceden unos a otros mostrando claramente su naturaleza y sus precisos límites físicos; la belleza de la construcción, una belleza sin maquillaje, ha sido transferida a esos elementos y a la manera en cómo están reunidos. Sin embargo aún no parece haber un acuerdo entre lo ligero y lo pesado y una cierta indefinición de cual de ambos es más acorde con el momento y cual es la forma más adecuada de “mostrar” de manera sincera cómo es la casa. Algunos de los proyectos reunidos aquí contienen algunas de estas ideas.
Al mismo tiempo que los elementos constructivos cambian, los hábitos en casa se han ido modificando, tal vez imperceptiblemente, pero no cabe duda que nuestros hábitos son distintos que hace 20 o 25 años. La comida, la forma de comunicarnos o la manera de gobernar la casa son algo distintas. Los productos que comemos y cómo los preparamos, con mezclas de ingredientes tradicionales y exóticos y con más productos consumidos en crudo, no pueden sino verse como el mismo impulso que lleva a los materiales de construcción a mostrarse de otro modo. Lo que comemos hoy nos habla de una modificación, no solo de los gustos, sino de los comportamientos, que han hecho que comida y salud sean un binomio inseparable.
La forma de comunicarnos y de estar informados ha producido que podamos hacerlo individualmente. Ya no es la casa la que recibe las llamadas o la que está pendiente de las noticias, sino que son las personas individualmente las que lo hacen. Probablemente como consecuencia de esto las habitaciones en la casa han ganado autonomía e importancia, y se igualan los tamaños de las piezas, como un reflejo de que cada persona, cada habitante, posee una autonomía y requiere una atención distinta. La casa con habitaciones iguales no sólo es la expresión de estos cambios en las comunicaciones y en la manera de estar informados, sino también de que la casa se gobierna de un modo distinto. Hoy, en las familias o en los grupos que las habitan, más que estar dirigidas, llegan a acuerdos, como la confirmación de que somos ciudadanos iguales ante la ley. Hay una formalidad en la casa más influida por la democracia que por el protocolo. Así pues el aspecto crudo, igualitario y directo de la construcción de muchas de estas casas es también el aspecto de los cambios que se han operado en los que las habitan y en sus relaciones.
Sin embargo la contingencia parece pertenecer aún mayoritariamente al interior. En el interior de nuestras viviendas hay aún un mundo que debería inspirar y que no lo hace y esta sea tal vez la mayor cuestión pendiente. La forma en cómo la gente completa sus casas es todavía una energía que no se incorpora a la arquitectura de la mayoría de las viviendas que vemos. Esa energía parece haberla captado recientemente el fotógrafo Iwan Baan, que gusta de hacer aparecer a sus habitantes en interiores, ocupándolos y dotándolos de sentido. La casa es así el fondo de la escena, la casa es una escenografía más que un paisaje y en ella caben también las cosas que incorporan las personas que las habitan, esa es precisamente la contingencia que falta, y sobre ella parece haber reaccionado antes la fotografía que la arquitectura. En las revistas de arquitectura las obras parecen ser más la expresión de un producto en venta que de un logro.
En cambio la arquitectura se introduce en el interior a través del funcionamiento inteligente. El funcionamiento como “alma” de la casa dotada de todo tipo de tecnologías, la mayor parte de las veces superfluas e innecesarias. Si algo es más inspirador hoy no es la casa como máquina inteligente, sino la casa como museo particular. Pequeños museos como el que ha impulsado Orhan Pamuk en Estambul, museos “de la inocencia”, en los que sus habitantes son sus curadores, esa es la casa. La otra es una casa que pertenece a lo que ya fue retratado magistralmente por S. Kubrick en 2001: A Space Odissey y lo único sensato que se pueda hacer con ella es desconectarla. Hay, o habrá, una rebelión contra la tecnología para salvar la casa.