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Gestos desesperados

Difícil lo tendrá el Col·legi d’Economistas de Catalunya, en la plaza Gal·la Placídia, para que su actividad, especialmente por la noche, que es cuando la podremos ver a través de los vidrios, sustituya el recuerdo de los “caballitos” del Caspolino. Hace dos semanas les hablaba de dos esquinas, y de la dificultad que tiene esta parte de los edificios para resolverla adecuadamente, y ahora volvemos a un caso parecido.

 

Esbozo de Morgan Library de Nueva York, en que parece inspirarse la sede del Colegio de Economistas

Tengo que reconocer que he mirado siempre con curiosidad este solar y, desde que derribaron las atracciones Caspolino, he pensado si el edificio que construirían estaría a la altura del lugar.

Este lugar es la demostración palpable de que el solar es, en buena parte, el proyecto. Gal·la Placídia parece una plaza inofensiva, pero la presencia del edificio Autopistas, del de oficinas de la esquina con la Travessera de Gràcia -con las dos fachadas en esquina de lamas verticales- y del antiguo edificio ocupado por la academia de idiomas Berlitz, en el extremo norte de la perspectiva, la hacen (la hacían), un lugar idóneo para el ejercicio de la imaginación arquitectónica.

En el nuevo edificio parece haber una discordancia entre el aspecto exterior, los materiales empleados y la exactitud que los componentes de la fachada transmiten, con la construcción de la estructura y los sistemas generales. Todavía son visibles algunos de los elementos estructurales de la planta baja, los cuales dejan ver una ejecución y una concepción poco atenta; podríamos decir que parece hecho de cualquier manera, utilizando una expresión coloquial. Es una buena traducción de lo que sucede con la industria de la construcción en nuestro país. Sólo hay que pasar por delante de cualquier obra para darse cuenta que el que ha sido tradicionalmente uno de los motores económicos de este país se apoya sobre una manera de hacer que roza la chapuza.

Y mientras la tecnología de las fachadas de vidrio, de los muros cortina -como se los conoce en el mundo de la arquitectura-, ha avanzado impecablemente, el conjunto de la construcción no lo ha hecho al mismo ritmo, cosa que expresa un divorcio entre el taller y la obra, entre el montaje y la construcción, entre el destornillador y la llana.

Aquí la estructura es menos rigurosa que la fachada de vidrio y expresa las dificultades de querer hacer un edificio regular en un solar irregular, de forma que se tiene que recurrir a una solución estructural que resta pureza a la esquina. Es evidente que estos malabarismos estructurales tienen el objetivo de ampliar la superficie del edificio, literalmente fuera de sus límites, y al verlo no podemos dejar de pensar que los solares pequeños con grandes ambiciones dan lugar a gestos desesperados. La composición, pero, esconde en cierta medida este problema. Una composición que utiliza una combinación de recursos, entre los cuales destaca la invención de varios volúmenes que dan la impresión de un conjunto más que de un solo edificio, todo ello ayudado por un muro de vidrio que confunde expresamente el número de plantas buscando una armonía con el elegante formato vertical de las placas de vidrio.

La propuesta del edificio recuerda una versión extrovertida de la ampliación de Morgan Library de Nueva York, una construcción con un envoltorio de proporciones elegantes que acaba uniendo los diferentes cuerpos de esta institución y que actúa como un aglomerante de todo el conjunto. Este relativo parecido, que ya se deja sentir en los dibujos preliminares, nos hace pensar en lo que este edificio no explora, y que es la posibilidad de haber actuado como aglomerante del extremo norte de la plaza.

En cambio, da la impresión de querer reafirmar su independencia volumétrica, estirando hasta casi la impostura el voladizo sobre la Vía Augusta, dando lugar a una fachada que, si no es ciega, parece muda, e introduciéndose por el lado derecho en el interior de la manzana, en lugar de formar un rincón urbano.

La situación del edificio recuerda mucho la de la casa Fuster, al final de los jardines del Passeig de Gràcia, que resuelve esquina y rincón con un único y bonito gesto, pero el resultado no es el mismo. Todo ello es una muestra de la dificultad que la arquitectura moderna parece tener para actuar con naturalidad a la ciudad.

Xavier Monteys  /  El País, 7 de mayo de 2013s