
Basta alejarse de la ciudad durante las vacaciones para que, al volver, algunas cosas tomen un relieve que antes no tenían. Alguna otra vez me he referido a las cosas que pasan en las aceras, porque estas son una manera de tomar el pulso a la ciudad y, por tanto, a su vitalidad. Digo las aceras por no decir la calle, que parecería una forma de hablar del espacio público más rigurosa, para poner expresamente el acento en su uso cotidiano. Las aceras, con su resalte respecto de la calzada, expresan bien esta idea de plataforma pensada para desarrollar actividades y dotar de comodidad, seguridad e higiene a los peatones; son el soporte de la actividad y la manifestación del compromiso entre los edificios y la calle. Parece que en las aceras se expresan los conflictos entre el uso público y la privatización de los espacios. De un tiempo a esta parte, en las aceras han aparecido dos cosas que no digo que sean contradictorias, pero que dan lugar a unos espacios distintos.
Una es la proliferación de terrazas, las cuales, de manera implacable, han ido blindando su perímetro hasta convertirse en pequeñas reservas privadas de bares y restaurantes. Con la nueva ordenanza municipal que las regula y que ha introducido la idea de veladores, estas terrazas, antes desmontables por la noche, se han consolidado y al anochecer buena parte de su infraestructura ya no se retira. Para muchos, estas terrazas son la expresión más clara de que la ciudad está en venta, y tienen razón, como señaló la Síndica de Greuges de Barcelona. Este fenómeno no tendría más consecuencia si no fuera por el hecho de que no hace muchos años se obligó a retirar los veladores de algunos locales adosados a las fachadas de Barcelona. Podemos recordar el caso del bar Bauma, en la esquina de Lauria con La Diagonal, un ejemplo para el que algunos, desde la prensa, pidieron sin éxito el indulto para que no se derribara. Ya quedan pocos casos como este, y podrían servir para replantearse el problema del espacio de las aceras. Una práctica que ha hecho que las terrazas de los bares sean las verdaderas beneficiadas de sacar los coches de la calle. De hecho, las terrazas y los veladores podrían ocupar la zona azul!
Pero además de este fenómeno, ha ido apareciendo otro, en mi opinión más interesante, entre otras cosas porque obedece a la iniciativa particular para resolver un problema: fumar en los locales. Es interesante porque un problema ha forzado a buscar una solución, que se ha formalizado antes de que se convierta en ley gracias a la inventiva individual. Además, me gusta porque ante la invasión de la acera autorizada por la ordenanza, esta solución es una retirada del cerramiento de los locales hasta obtener un lugar para estar en el espacio que se forma en el umbral del local en su contacto con la acera. El resultado es un espacio a medio camino entre el interior, al abrigo del edificio y abierto al exterior, y la acera, en el espacio para fumar en público tranquilamente.
Uno a uno, estos sitios no serían gran cosa, pero en conjunto alteran la línea recta y administrativa de la fachada del edificio en contacto con la calle y de la superficie de la acera, volviéndola irregular y tortuosa. Tienen todavía estos espacios algo más de interés frente a los veladores, y esta es la posición que toman los que los ocupan respecto a la acera y la calle. Los que permanecen en estos espacios miran la actividad, se sientan para observar «lo que pasa» -expresión que aquí toma todo su sentido-, y apoyados contra el escaparate, hacen que estos rincones parezcan una mundana terraza parisina, con la gente sentada, unos junto a otros, mirando la calle. Estas terrazas improvisadas muestran una vitalidad y una inventiva que las aparatosas terrazas cubiertas, con instalación eléctrica, toldos, paravientos y amparadas por la ordenanza recaudatoria, no tienen. Unas estrechan el espacio de la acera y las otras parecen ampliarlo. Son dos maneras diferentes de utilizar las aceras, como palcos del espectáculo de la ciudad o como simples extensiones del espacio privado reservado al negocio y cerradas como jaulas. Creo que es más interesante que la extensión exterior de los locales esté pegada a la fachada y no en el otro lado de la acera, y tan sólo falta una ordenanza que favoreciera el uso de toldos en las fachadas de los edificios.
Xavier Monteys / El País, 2 de octubre de 2013